Hace ya cuatro años desde que un 14 de febrero, día de los enamorados, se constituía el Contrato de Río del Matarraña. Inspirado en el modelo de participación en la gestión del agua que siguen en Francia y Bélgica, éste ha sido y es el primer contrato de río que existe en España.


A mi juicio, ha sido así por cuatro motivos: En primer lugar porque el Matarraña es tierra de frontera, tierra de diversidad y mezcla, y eso le hace también tierra de acuerdos. Por otro lado, porque el conflicto vivido en los años 90 enseñó lo duro que puede ser un enfrentamiento en el que todos tenían las de perder. Frente a eso, la apuesta por el diálogo y el acuerdo ha demostrado ser la única manera de poder gestionar un territorio desde el bien común. Existe una tercera razón: la apuesta por la participación ciudadana como manera de implicar a todos los actores -políticos, sociales y económicos- en la gestión del territorio. Y finalmente, lo que a mi juicio es el motivo fundamental: Personas con concretas, hombres y mujeres con nombres y apellidos que apostaron por estas vías de participación, diálogo y compromiso con el territorio. Con todos estos ingredientes, el éxito estaba asegurado. El resto -las Administraciones públicas implicadas o Ecodes como secretaría técnica-, hemos sido sólo facilitadores para dinamizar el proceso y ayudar a cocer este caldo, a fuego lento, pero sin dejar de hervir.

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